Día 29 de abril, jueves:
5º día de la novena.
Partícipes en los
sufrimientos de Cristo.
No solo Cristo nos ha redimido mediante su sufrimiento y
ha redimido el mismo sufrimiento humano, si no que también ha elevado y cargado
de significado nuestro propio sufrimiento: éste, aceptado y ofrecido en unión
al sufrimiento de Cristo, se convierte en una respuesta de amor al amor
infinito de Cristo en la cruz y una participación del sufrimiento redentor de
Cristo para el crecimiento del Reino de Dios.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 19-21.
En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la
redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha
quedado redimido. Cristo —sin culpa alguna propia— cargó sobre sí «el mal
total del pecado». La experiencia de este mal determinó la medida incomparable
de sufrimiento de Cristo que se convirtió en el precio de la redención. De
esto habla el Poema del Siervo doliente en Isaías. De esto hablarán a su
tiempo los testigos de la Nueva Alianza, estipulada en la Sangre de Cristo. He aquí
las palabras del apóstol Pedro, en su primera carta: «Habéis sido rescatados
no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como
cordero sin defecto ni mancha». Y el apóstol Pablo dirá en la carta a los
Gálatas: «Se entregó por nuestros pecados para liberarnos de este siglo
malo»; y en la carta a los Corintios: «Habéis sido comprados a precio.
Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo».
El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el
hombre. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está
llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado
a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio
del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto
la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el
sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su
sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de
Cristo.
Así pues, la participación en los sufrimientos
de Cristo es, al mismo tiempo, sufrimiento por el reino de Dios. A los ojos del
Dios justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se
hacen dignos de este reino. Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un
cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que
fue el precio de nuestra redención.
“Por
tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y
en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y
por las intenciones de toda la
Oración
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por
nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del
enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por
Cristo Nuestro Señor. Amén
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