Día 27 de abril, martes: 3º día de la novena
Una primera respuesta: Job y
el sufrimiento del inocente.
De S. Juan Pablo II:
“Salvifici doloris” 9-12.
El dolor, sobre todo el físico, está
ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre,
cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera
humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria. […]
¿Por qué el mal? ¿Por qué el mal en el mundo? Ambas preguntas son difíciles
cuando las hace el hombre al hombre, […] como también cuando el hombre las
hace a Dios.
Es conocida la historia de [Job], que sin ninguna
culpa propia es probado por innumerables sufrimientos. Pierde sus bienes, los
hijos e hijas, y finalmente él mismo padece una grave enfermedad. En esta
horrible situación se presentan en su casa tres viejos amigos […] el
sufrimiento, para ellos, puede tener sentido exclusivamente como pena por el
pecado […] Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el
sufrimiento con el castigo del pecado […] él es consciente de no haber
merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su
vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y
reconoce que Job no es culpable.
La Revelación, palabra de Dios mismo, pone con
toda claridad el problema del sufrimiento del hombre inocente: el sufrimiento
sin culpa. Job no ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena,
aunque haya sido sometido a una prueba durísima. […] El libro de Job no es la
última palabra de la Revelación sobre este tema. En cierto modo es un anuncio
de la pasión de Cristo.
Ya en el Antiguo Testamento [aparece como] en los
sufrimientos infligidos por Dios al Pueblo elegido está presente una
invitación de su misericordia, la cual corrige para llevar a la conversión:
«Los castigos no vienen para la destrucción sino para la corrección de
nuestro pueblo» (2 Mac. 6,12).
“Por
tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y
en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y
por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
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