Domingo 2º de Cuaresma:
Una
esperanza luminosa
En la tradición
bíblica lo alto de la montaña es un lugar privilegiado de encuentro, de
búsqueda, de escucha, de conversación con Dios. También es un arte de vivir y
un símbolo de andar la vida como buscadores, caminantes, peregrinos,
escaladores y aprendices hacia una sabiduría que se encuentra en el Misterio de
Dios. En la Cuaresma nos encontramos esta invitación de Jesús de “ir a lo alto
de un monte”. Encontrarnos con Él para encontrar la LUZ; Dios es Presencia y
Luz para ser personas con luz.
La propuesta de
Jesús es salir a menudo de casa, de lo nuestro, de lo sabido, de lo conocido,
de lo amarrado y subir “a lo alto de la montaña” ( o al silencio del cuarto o
del banco del templo o de paseo…) donde se encuentra la experiencia del
encuentro con Dios como una Luz que quema y enciende la vida. Una Luz para ser
“luz” y “testigos de la luz”. Subir, salir y contemplar como Dios nos invita a ser
personas-luz, a vivir la vida ardiendo con tanto en tusiasmo que a quien se
acerque podamos ayudarles a encender su propia luz. La Luz de Dios transfigura
porque a Él le gusta vernos vivos, activos, ilusionados, buscadores,
intrépidos, luminosos.
Jesús va camino de
Jerusalén desde la incertidumbre de lo que sucederá, con la misma incertidumbre
que sufrimos nosotros. Él sabe de silencios, de miedos, de dudas. Pero con sus
discípulos sube a la montaña de la oración, del encuentro y de la escucha. En
contacto con Él y con el Padre se nos ilumina el corazón, como a Jesús, y
escuchamos su voz: “Id con Jesús a Jerusalén, hacia el futuro, confiados…”.
Queremos bajar del monte, convertidos en “personas luz” y echarnos a andar por
nuestras calles y caminos sembrando la esperanza luminosa que viene del Señor (Pastoral diocesana).
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