Día
17 de septiembre, martes.
La
S. I. Catedral de Ourense recibe con gozo y gratitud la visita de las reliquias
de Santa Bernardette Soubirous.
A
las 12.00 es acogida en la puerta Norte de la Catedral.
A
las 19.30 Santo Rosario y a las 20.00 horas Santa Misa presidida por el Sr.
Obispo
El 11 de febrero, fiesta de la Santísima Virgen de Lourdes, nos recuerda las apariciones de la Virgen a una niña de 14 años que no sabía ni leer ni escribir, pero que rezaba todos los días el rosario, Bernardita Soubirous. Nació en Lourdes en 1844 de padres muy pobres. Por medio de ella la Virgen hizo surgir la prodigiosa fuente del milagro, a donde acuden peregrinos de todo el mundo para reavivar su fe y su esperanza. Muchos regresan de Lourdes curados también en su cuerpo. La Virgen, durante la segunda aparición, le dijo: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.
A pesar de haber sido dócil instrumento para extender la devoción a la
Inmaculada, Bernardita no se contaminó con la gloria humana. El día que el
obispo de Lourdes, ante 50.000 peregrinos, colocó la estatua de la Virgen sobre
la roca de Massabielle, Bernardita tuvo que permanecer en su celda, víctima de
un ataque de asma. Y cuando el dolor físico se hacía más insoportable, suspiraba:
“No, no busco alivio, sino sólo la fuerza y la paciencia”. Su breve existencia
transcurrió en la humilde aceptación del sufrimiento físico como generosa
respuesta a la invitación de la Inmaculada para pagar con la penitencia el
rescate de tantas almas que viven prisioneras del mal.
Pasó seis años en el instituto de Lourdes, de las Hermanas de la Caridad de Nevers, y en el que después fue admitida como novicia. Su entrada se demoró debido a su delicada salud. En la profesión tomó el nombre de Sor María Bernarda. Durante los quince años de vida conventual no conoció sino el privilegio del sufrimiento. Las mismas superioras la trataban con indiferencia, por un designio providencial que les impide a las almas elegidas la comprensión y a menudo hasta la benevolencia de las almas mediocres. Al principio fue enfermera dentro del convento, después sacristana, hasta cuando la enfermedad la obligó a permanecer en la cama, durante nueve años, siempre entre la vida y la muerte.
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