Día 28 de abril, miércoles: 4º día de la novena.
Jesucristo: el sufrimiento
vencido por el amor.
Santa Teresa de Calcuta, gran amiga de S. Juan Pablo II,
decía a menudo: “cuando miro a la Cruz veo cuánto Dios me ha amado”. Hoy,
contemplando a nuestro Santo Cristo y de la mano de estos dos grandes santos
llegamos a la respuesta definitiva sobre el dolor. Cristo, víctima inocente,
carga sobre si nuestro dolor y nuestra muerte y de ellas hace brotar la vida.
La cruz, instrumento de muerte se convierte definitivamente, también para
nosotros, en árbol de vida.
De S. Juan Pablo II:
“Salvifici doloris” 16-18.
En su actividad mesiánica en medio de Israel,
Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. «Pasó
haciendo bien», y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a
quienes esperaban ayuda. Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos,
alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la
ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres
veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano.
Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente.
Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los
hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro
de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de
una manera todavía más radical, ya que Él no es sólo un hombre como Job,
sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la
posible respuesta a este interrogante. […] Cristo da la respuesta al
interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con
sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio
sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con
las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintetica de
esta enseñanza: «la doctrina de la Cruz», como dirá un día San Pablo.
El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en
la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión
completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor
del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo
incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien
supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de
ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una
fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella debemos plantearnos
también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el
final la respuesta a tal interrogante.
“Por
tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y
en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y
por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
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